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Mostrando entradas de agosto, 2019

El beso del mono

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Si besas al mono, cantará. Imagina por un momento que no es hoy si no un día del año 2600 antes de Cristo y te entregan uno de estos objetos. No sabes lo que es. Lo examinas. Al girarlo descubres que sus líneas incisas forman el dibujo de un monito que cuelga de su cola. Nunca has visto un mono, porque viven lejos, en la selva y tú estas en Caral, en el estrecho valle de Supe, en la costa peruana. Pero reconoces el dibujo porque, por razones misteriosas, es conocido en el arte de tu tierra. En lo que sería la boca del animal, hay un agujero. Pones tus labios sobre los del mono. Soplas. Y un sonido agudo, más de bestia que de humano, lo remece todo. Es así como descubres que tapando y destapando los dos extremos de ese tubo de hueso, puedes hacer música. Con hasta 8 notas diferentes Antes de ser una flauta, esa pieza sostuvo el ala de un pelícano. Un artista de tu tierra recogió el cadáver del animal, buscó uno de sus huesos huecos, cortó la medida que necesitaba,

A muerte

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Eres joven pero pronto tendrás que pelear. Quizá en una guerra real. Quizá en un combate ritual previamente pactado. En cualquiera de los dos casos, será a muerte. Necesitarás un arma. Una que deberás aprender a usar. Una que puedas maniobrar bien de acuerdo a la longitud de tu brazo. Una que tenga firmememente amarrada, en un extremo, una pieza maciza y contundente. Como ésta. La estrella de pie dra tiene un agujero en medio. Ahí deberás ensartar un garrote de buena madera. Tendrás que amarrarla firmemente (con lana o tripas de animal) para que no se mueva. Con esta arma podrás volarle la quijada a tu enemigo, hundirle un ojo o hacerle un hueco en el cráneo... Sí, ya sé: Suena terrible. Pero es lo que se acostumbra cuando hay que pelear en el Antiguo Perú. Buena parte de las heridas que los arqueólogos del futuro encontrarán en los huesos de tu gente no serán "fracturas de tibia y peroné" sino brutales agujeros en el cráneo, causados casi siempre por

Anatomía del cuchimilco

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Enterrar esculturas humanas fue una práctica habitual de los antiguos peruanos. Es posible que no sepamos exactamente por qué lo hacían. Lo que sí sabemos es que no hay nada "práctico" en enterrar objetos de arte para no usarlos. Es algo que solo puede estar relacionado con el mundo de las ideas o de las creencias (¿religión? ¿superstición? ¿juego ritual?) Ya en la época de Caral, cuando aún no se había inventado la cerámica,  los pobladores de Miraya, Áspero y Vichama clausuraban los edificios que no iban a usar más rellenándolos con tierra mezclada con toda clase de objetos . Entre estos, había imágenes humanas de barro crudo. Cuatro mil años después de eso, los incas enterraban estatuillas metálicas (envueltas en ropa miniatura) como parte de su pagos a la tierra y sacrificios. Y, entre ambos momentos de la historia, otras culturas (los moche, los nazca, los chimú, los lima, los chincha) hicieron lo propio. Asi que los simpáticos cuchimilcos de la Cultura Chancay (1150-15

Milenios corriendo olas

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Los peruanos han surcado las olas del Pacífico desde el inicio de su historia. Como nuestra costa desértica no era muy generosa en árboles de troncos gruesos, hubo pocas embarcaciones hechas con tablones. Pero sí abundaron las balsas: Desde las enormes balsas a vela que usaron los chinchas y tallanes para comerciar con el norte de Sudamérica, hasta los "Caballitos de Totora", que hasta el día de hoy construyen los pescadores de Pimentel y Huanchaco. Como ocurría hace siglos, los caballitos se construyen amarrando firmemente los tallos de la planta, formando cilindros de hasta un metro de diámetro que se curvan hacia arriba en el extremo de la proa. Son fáciles de maniobrar y permiten a los pescadores surcar las olas de pie en su retorno a la playa, como hacen nuestros modernos tablistas de surf (que hoy, por cierto, han ganado seis medallas 🏅 en los Juegos Panamericanos).