El beso del mono

Si besas al mono, cantará.

Imagina por un momento que no es hoy si no un día del año 2600 antes de Cristo y te entregan uno de estos objetos. No sabes lo que es. Lo examinas. Al girarlo descubres que sus líneas incisas forman el dibujo de un monito que cuelga de su cola. Nunca has visto un mono, porque viven lejos, en la selva y tú estas en Caral, en el estrecho valle de Supe, en la costa peruana. Pero reconoces el dibujo porque, por razones misteriosas, es conocido en el arte de tu tierra. En lo que sería la boca del animal, hay un agujero. Pones tus labios sobre los del mono. Soplas. Y un sonido agudo, más de bestia que de humano, lo remece todo. Es así como descubres que tapando y destapando los dos extremos de ese tubo de hueso, puedes hacer música. Con hasta 8 notas diferentes



Antes de ser una flauta, esa pieza sostuvo el ala de un pelícano. Un artista de tu tierra recogió el cadáver del animal, buscó uno de sus huesos huecos, cortó la medida que necesitaba, horadó un agujero en medio del tubo, colocó un tabique de barro en el interior (para que desvíe el aire de una forma determinada) y lo decoró, convirtiéndolo en un generador de arte. Así, gracias a la magia de los sonidos, el artista logró que un ave de la costa del Pacífico se reuniera con un mono aullador de la selva amazónica. Ese fantástico encuentro esconde algo de verdad: Los arqueólogos han recolectado evidencias de que, hace 45 siglos, Caral funcionó como un centro de intercambio comercial entre los habitantes del "norte chico", la sierra central y las cuencas del Marañón y del Huallaga, en donde aún pueden verse monos aulladores.


Tu flauta de hueso, y otras 31, fueron excavadas en un edificio conocido hoy como "Templo del Anfiteatro", una estructura de piedra del Bajo Caral, que tiene una plaza circular rodeada de una tribuna, en donde se cree que se sentaban los espectadores de algunas ceremonias o espectáculos, en las que se cantaba, se bailaba y se tocaban flautas como estas.

Vista aérea del "Templo del Anfiteatro" del sector Caral Bajo. Nótese la subdivisión en la parte superior de la plaza circular, que podría haber sido una especia de gradería para espectadores. Imagen: Ministerio de Cultura.

 Pero un día, hace cuatro mil años, cayó el telón y los habitantes de Caral decidieron "sepultar" su anfiteatro junto con sus instrumentos musicales, bajo capas de tierra, piedras y arena. Como si, más que templo e instrumentos, se trataran de seres queridos, recién fallecidos, a los que había que llorar y olvidar. Fue justamente en ese tiempo (alrededor del año 2100 antes de nuestra era) cuando la ciudad más antigua del continente, desprovista de música, empezó a despoblarse.

La primera imagen presentada muestra 4 de las 32 flautas de hueso de ave (en este caso, húmeros de pelícano) halladas en Caral, a fines de los años 90. Las piezas tienen una longitud promedio de 16.4 cm.


Gráfico que muestra las tres partes del ala de un pelícano que fueron usadas por los caralinos para hacer instrumentos musicales. La imagen ha sido tomada de Shady et. al 2000.


Similares objetos han ido apareciendo en excavaciones arqueológicas realizadas en yacimientos de la misma época (2,600 - 2,100 antes de nuestra era) como Áspero, en Supe Puerto. En los últimos años, estos instrumentos han sido imitados por educadores y artistas locales (usando tubos de pvc) en una esfuerzo por recrear la música de nuestros ancestros y conectar, de algún modo, con su legado.
  
Más información

Sobre las condiciones musicales de la flauta se consultó el estudio "Las Flautas de Caral Supe: Aproximaciones al estudio acústico-arqueológico del conjunto de flautas más antiguo de América" de Ruth Shady y otros autores, publicado en el Boletín del Museo de Arqueología y Antropología, UNMSM,  año 3, N° 11, 2000, Lima,  pp. 2-9.


Un texto de Pablo Ignacio Chacón

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