De astrólogos incas y años nuevos

Se llamaba Juan Yunpa. Se dedicaba a mirar el cielo, a contar los días y  fijar los lugares en los que la luna y el sol aparecían o se ocultaban tras los cerros. Había nacido en Lucanas (Ayacucho) y tenía el don de saber cuál era el mejor tiempo para sembrar, para trasquilar alpacas (o capturar vicuñas) o para cosechar. Y hasta sabía en qué momentos era prudente dejar de comer determinados alimentos para no sufrir enfermedades. Perteneció a la generación que vio hundirse al imperio inca y emerger un nuevo orden. Uno empeñado en sustituir a los dioses y en borrar oficios como el suyo. 


Retrato de Juan Yunpa en la crónica de Felipe Guamán Poma, de 1618.

Su historia nos la cuenta Felipe Guamán Poma, allá por el año 1600. El autor dibuja a Yunpa encorvado, con el rostro arrugado y con bastón. El cronista le atribuye —sin duda exagerando— 150 años pero confirma que Yunpa estaba lúcido, que era saludable y que andaba empeñado en continuar con el trabajo de su vida. El retrato nos lo muestra bajo un sombrero español y sosteniendo un quipu. Cabe suponer que, en sus nudos e hilos de colores, anotaba las observaciones que iba haciendo. Es una imagen fascinante, que mezcla elementos andinos y occidentales en plena época de contacto, lo que sugiere que nuestro personaje se había adaptado bien a la "nueva situación". El cronista lo confirma cuando escribe que "era tan buen cristiano, que sólo le faltaba leer y escribir". Y le atribuye dos profesiones que, ya para entonces, se estaban olvidando. La de astrólogo y la de filósofo.

Esta historia, que podría ser meramente anecdótica, está acompañada de algunos vagos indicios de una ciencia andina. Yunpa sabía determinar con facilidad las horas, los meses y los años, predecía las "sillas" en las que el sol y la luna "se sentaban" a lo largo del año y, lo más importante, nos dice algo de los métodos que usaba para su trabajo. Cada mañana, el astrólogo observaba la dirección de los rayos del sol y la “claridad” (brillo) que se reflejaba en los contornos de las ventanas. Es decir, las sombras. Y tomaba nota de los puntos por los que salía y se ponía el astro en cada cerro. Su conocimiento fundamental tenía que ver, entonces, no solo con el sol y la luna (y, probablemente, varias estrellas), sino cómo se relacionaba el movimiento de los cuerpos celestes con la geografía. Pero también con la arquitectura. Porque los Andes están llenos de viejos edificios que fueron construidos con claras orientaciones astronómicas.

Por ejemplo, varios edificios de la ciudad inca de Huánuco Pampa están alineados con la dirección de los rayos solares en el amanecer de los equinoccios. La ventana este del Templo del Sol de Machu Picchu está perfectamente alineada con el amanecer del solsticio de junio. Y algo similar ocurre en otros monumentos del tiempo de los incas.


Templo del Sol de Machu Picchu durante el amanecer del 21 de junio, solsticio de invierno en el hemimsferio sur. En esa fecha, la sombra de la ventana está totalmente alineada con un surco en el suelo de roca.

En el fondo, parece que la esencia del trabajo de personas como Juan Yunpa no era otra que la de hacer calendarios.


Un oficio universal

 

Antes de seguir conviene que hagamos un repaso elemental de cómo funcionan los calendarios en diferentes culturas del mundo. Culturas agrarias tan diversas como la egipcia, la china, la grecorromana o la andina basaron sus actividades en el sol y tuvieron calendarios similares de, más o menos, 365 días y 12 meses (de unos 30 días). ¿A qué se debe esta coincidencia? No. No tiene nada que ver con aliens o atlántidos . Cualquier terrícola (como tú o yo) puede obtener a las mismas cifras. Basta con mirar, diariamente y desde un lugar fijo, la salida o la puesta del sol y marcar (con un cerro, con un palo o con un funko) el punto en el que el horizonte y el sol se tocan. Si lo haces así, notarás que, en cada nuevo día, ese punto de contacto "se mueve" un poco con relación al día anterior. Sí, sí, ya sé que es la tierra la que en realidad se mueve… pero eso no importa por ahora. 

 


 


Pero también notarás que el sol no puede avanzar por tooodo el horizonte. Tiene un punto límite al norte y un punto límite al sur. Cada vez que alcanza uno de esos dos límites (en las fechas que llamamos solsticios), el sol "cambia de dirección" y, a partir del día siguiente, empieza a hacer el camino inverso, volviendo por lo puntos que ya abía tocado.

 

 



El sol se tarda 365,25 días en hacer un viaje completo de ida y vuelta desde cualquiera de esos dos límites. Llamamos "año" a ese período. ¿Y los meses? Ah, eso es culpa de la luna. No importa desde qué páis la veas. La luna siempre se tomará 29.5 días en en pasar por sus cuatro fases (redondeando: 30 días). Como en un año caben 12.4 ciclos lunares (redondenando,12) la mayoría de culturas antiguas tuvo calendarios de 12 meses. Es cierto que estas cifras no calzan con exactitud y por eso es que tenemos años bisiestos y meses de más o menos días. Esos días "sobrantes" son los que causan las pequeñas diferencias entre los distintos calendarios del mundo antiguo. Pero volvamos a los Andes Centrales, en donde vivían (¡qué casualidad!) los hijos del sol.

 

Mucha información y confusión

Los cronistas, como Guamán Poma, solo mencionan el calendario de la última cultura andina: la de los incas. Lamentablemente, nadie anotó nada sobre cómo medían el tiempo otros pueblos del Antiguo Perú y, mucho menos, las grandes culturas que antecedieron a los incas  (como las de los nazca, los moche o los wari), cuyo desciframiento, casi imposible, está en manos de la arquelogía. Así que, por el momento, hablaremos solo sobre calendarios incas. Pero, aunque hay muchos datos festividades que se desarrollaban a lo largo del año, ni siquiera los relatos más confiables coinciden en decir cuáles eran esas fechas o en qué momento empezaba la cuenta del calendario. Si había un “año nuevo” inca, ¿cuándo empezaba?

Juan de Betanzos (1551) escribió que empezaba en diciembre. Cristóbal de Molina (1575), que en mayo. Felipe Guamán Poma (1614), que en enero. Tampoco coinciden los cronistas en la duración del año. Pedro Cieza de León escribió en 1554 que el año tenía 12 meses lunares exactos (es decir: 29.5x12 = 354 días). Betanzos, que tenía 360 días. Y así.

Pero parece que hay un dato que podría hacer que todas estas aparentes contradicciones sean resueltas. Y es que varios cronistas (como el mismo Cieza o Inca Garcilaso) dicen que la cuenta de los días se corregía observando unas torres erigidas en los cerros que rodeaban a la capital inca, el Cusco. Juan Polo de Ondegardo escribió en 1559 que se llamaban Sucancas. Y que personas especializadas (¿personas como Juan Yunpa?) tenían la misión de mirarlas desde ciertos lugares señalados para comprobar en qué momento pasaba el sol entre dos de esas torres.

 


 

Mientras Betanzos dice que esas observaciones se hacían todos los días, otros cronistas dicen que eran eventuales. Lo importante es que gracias a esas mediciones los incas conseguían conocer la cantidad de días que debían sumar a “el último mes de cada año” para que la cuenta de los meses sea exacta. Polo agrega que la cuenta de los días se "reiniciaba" el día 21 de diciembre, es decir, el día del solsticio de verano en el hemisferio sur. ¿Señala esa fecha el “año nuevo” de los incas?

 

La fiesta mayor

 

Guamán Poma indica que en los días de ese solsticio se celebraba el Cápac Raymi (literalmente "Fiesta Grande") con grandes comilonas y borracheras. Suena parecido a nuestro año nuevo, ¿no? Pero no lo era. También se hacían sacrificios (solo de llamas, según unos cronistas; también de niños, según otros) y ceremonias de la mayor importancia. Cristóbal de Molina, por ejemplo, dice que en el Cápac Raymi se realizaba la iniciación de los jóvenes nobles que consistía en perforarles las orejas para que lleven, a partir de entonces, las grandes orejeras que caracterizaban a la aristocracia cusqueña (y que hizo que los españoles llamaran “orejones” a los miembros de la corte del inca). Y que también se realizaba una coreografía masiva en la que los participantes bailaban llevando una cuerda larguísima hasta el amanecer. 


 

 

Pero, aunque lo parece, la fecha del inicio del año no es tan clara. Varios estudiosos consideran que no se puede entender el año nuevo andino sin considerar las fechas de siembra y cosecha.  Y ninguna de ellas cae en diciembre.

A partir del estudio de una antigua descripción de un quipu-calendario, el antropólogo Tom Zuidema creía que el año iniciaba tras la cosecha (entre abril y mayo), que tenía solo 328 días y que los días "faltantes" se computaban aparte. En todo caso, parece que solo si logramos ubicar y estudiar, arqueológicamente, las supuestas sucancas y sus observatorios asociados, se podría resolver el enigma del calendario inca. Aunque las sucancas fueron destruidas por los españoles, investigadores como el mismo Zuidema, el arqueoastrónomo Anthony Aveni o el arqueólogo Brian Bauer, han deducido el emplazamiento de dos de ellas, pero la mayoría sigue perdida.

Pero, aunque los cronistas no dijeron nada sobre monumentos similares en otras partes de los Andes, todo indica que la arqueología ha identificado plenamente uno.

 

Un viejo observatorio solar


Diecisiete siglos antes de que los incas forjaran su imperio, en una zona desértica cerca del Pacífico, unos remotísimos antepasados de Juan Yunpa construyeron una serie de edificios de piedra en un lugar que hoy conocemos como Chankillo (Casma, Ancash). No hablaremos ahora del más grande de esos edificios (una probable fortaleza) sino de una sucesión de pequeñas torres de piedra alineadas en la cresta de un cerro alargado.


 A ambos lados del cerro hay 2 grupos de construcciones con amplias plazas y largos pasadizos. A pesar de sus diferencias, hay una coincidencia interesante entre ambos conjuntos: Tenían un corredor estrecho que desembocaba en una pequeña habitación con un muro abierto. La del oeste está muy bien conservada; la otra, casi desparecida, ha sido deducida gracias a sus cimientos. En ambos lugares ocurría…

 

...la magia del sol

 

Desde la habitación este, en el atardecer de cada solsticio, el observador podía ver que el sol se ponía, exactamente, en uno de los extremos del alineamiento. La habitación oeste servía para ver lo mismo, pero durante los amaneceres de esos días. Y en otras fechas (que debieron ser importantes pero cuyos detalles no conocemos) el sol "encajaba" perfectamente en los espacios entre las torres. Las torres formaban, de ese modo, una regla descomunal que servía para medir el tiempo.

 

 


 Pero, ¿quiénes eran las personas que construyeron y usaron este lugar? No sabemos mucho, pero todo indica que vivieron en un tiempo difícil y violento. Los arqueólogos han comprobado que por eso años (300 a.C.), en casi toda la costa peruana, los grandes templos decorados del periodo Formativo Medio fueron abandonados. Y que empezaron a construirse fortificaciones por todas partes. De hecho, la cerámica encontrada en Chankillo muestra guerreros con múltiples armas y grandes escudos.

Y los gruesos muros de su fortaleza parecen validar ese contexto. Por eso llama la atención que dedicaran tantos recursos a hacer un calendario gigante. No lo hicieron solo por cuestiones prácticas (pues, en ese caso, en vez de costosas torres de piedra, hubieran alineado unos cuantos palos o funkos en el horizonte). El verdadero motivo parece estar en las construcciones que flanquean el cerro dentado. Ahí, Ivan Ghezzi y su equipo de arqueólogos, encontraron restos de instrumentos musicales, vasijas para alimentos y bebida y amplios espacios para multitudes.


 

Quién sabe: quizá mientras miraban el espectáculo solar de las sucancas, ellos celebraban a lo grande. ¿Sería una de esas fechas (¿cuál?) el "año nuevo" de Chankillo? ¡No lo sabemos! Quizá el sol les regalaba una breve tregua para sus guerras y la pasaban bien, por un rato por lo menos, para sobreponerse a los duros tiempos que vivían. ¿No les suena conocido? Ay, 2020, no te vamos a extrañar...

 

Pablo Ignacio Chacón, 2021

 

Fuentes:

Iván Ghezzi y Clive Ruggles: Las trece torres de Chankillo.  BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP / N.° 10 / 2006, 215-235 / ISSN 1029-2004 . Disponible en http://revistas.pucp.edu.pe/index.php/boletindearqueologia/article/view/1654/1598

Iván Ghezzi: Religious Warfare at Chankillo. En: Andean Archaeology III: North and South, 2006.

José Luis Pino Matos: "Observatorios y alineamientos astronómicos en el Tampu Inka de Huánuco Pampa". En: Arqueología y Sociedad, Nº 15, 2004. UNMSM

Felipe Guamán Poma de Ayala: Nuevo Corónica y Buen gobierno. Transcripción de la biblioteca real de Copenhage, disponible en http://www5.kb.dk/permalink/2006/poma/titlepage/es/text/?open=idm45821230787600

Gudemos, Mónica: Taqui Qosqo Sayhua 1.Espacio, sonido y ritmo astronómico en la concepción simbólica del Cusco incaico. (En https://core.ac.uk/download/pdf/38843428.pdf)

Elena Ortiz García. Los incas y el Sol: métodos de observación solar y calendario incaicos:  Revista Española de Antropología Americana 2012, vol. 42, núm. 1.

Tom Zuidema: “Hacer calendarios” en quipus y tejidos. Tomado de:  “Sistemas de notación Inca: quipu y tocapu”, Proyecto Qhapaq Ñan, Lima, 2014.

 

Comentarios

  1. Qué entretenido y didáctico el artículo... Gracias 😉

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