Bodas y prisioneros

 
Hombres semidesnudos atados del cuello. Esta imagen fue labrada hace 1500 años en un muro de adobes. Están en la base de una construcción piramidal conocida como Templo Viejo en Huaca de la Luna, el edificio religioso más importante del valle de Moche (La Libertad) durante al menos cinco siglos.

La siguiente imagen es una coreografía que se escenificó hace pocos días a pocos kilómétros de ahí, en el jirón Pizarro de la ciudad de Trujillo. La danza acompañó el paso de una pareja que acababa de casarse en una ceremonia que congregó a la alta sociedad local. Su celebración ha generado revuelo en las redes sociales peruanas. ¿Qué une y qué separa ambas imágenes?


Primero veamos el pasado

Entre los años 100 y 800 de nuestra era, en los estrechos valles que cruzan el desierto norteño, surgieron varias entidades políticas (mínimo cuatro, quizá más) que compartieron una cultura común a la que los arqueólogos llaman moche o mochica y de la que hemos hablado abundantemente en este blog. Ahora solo vamos a concentrarnos en uno de los muchos temas que este pueblo representó en su arte: el de los prisioneros desnudos.

En los dibujos de la cerámica, los prisioneros, con una soga en torno al cuello, casi siempre aparecen sometidos a un guerrero de rica vestimenta, que lleva lleva a cuestas una muda adicional de ropa y dos porras. Lo que la mayoría de estudiosos deduce es que las armas y ropa extras pertenecerían al prisionero, que no es sino otro guerrero que ha sido derrotado y desnudado por el que ganó el combate.


En los objetos tridimensionales (estatuillas de arcilla y madera, principalmente), los prisioneros desnudos aparecen sentados o de rodillas. Suelen tener una expresión serena (¿de resignación?). A veces tienen las orejas alargadas, lo que indica que, además de la ropa, fueron despojados de sus pendientes. Unas cuantas piezas llevan un tocado tipo corona sobre la cabeza. Todo esto (tocados, pendientes) son símbolos de rango, por lo que se deduce que los prisioneros podían ser de diferentes clases sociales.

Y en los muros de los templos piramidales (como la ya mencionada Huaca de la Luna o la Huaca Cao Viejo, en el valle de Chicama) se les ve avanzando en fila, atados unos con otros, en dirección de la rampa principal que conecta las plazas con los pisos superiores de los edificios.





 


El templo de la sangre

¿Quiénes eran estos cautivos? ¿Representan personas reales? ¿personajes históricos o de sus leyendas? ¿son un motivo simbólico con significados que difícilmente entenderemos? La arqueología parece haber encontrado una respuesta estremecedora. En la parte alta del gran edificio conocido como Templo Viejo de Huaca de la Luna hay un conjunto de plazas y recintos (que llamaremos aquí áreas de sacrificio) en los que se encontraron muchos cuerpos humanos. No hay mujeres, niños ni ancianos en estos lugares: todos son varones jóvenes. Los antropólogos físicos han analizado sus huesos y confirmado que tuvieron mucha actividad física a lo largo de sus vidas. Varios de los cuerpos presentan huellas de fracturas que se curaron y soldaron bien. Es el tipo de esqueleto que esperaríamos encontrar en alguien que estuvo acostumbrado a agarrarse a porrazos con sus semejantes. El esqueleto de un guerrero.



Hay dos grupos de cadáveres bien diferenciados. Los de la plaza 3A murieron por fuertes golpes en el cráneo y fueron dejados a la intemperie, cerca de un afloramiento rocoso. Se cree que sus muertes estuvieron relacionada con un inusual período lluvioso (posiblemente un El Niño intenso) cerca del año 600 de nuestra era. En la misma zona los arqueólogos excavaron la tumba de un individuo de más de 50 años sin signos de violencia. Entre los enseres de ese personaje, los arqueólogos dieron con la que quizá sea el arma sacrificial: una enorme porra de madera. El analisis de la sustancia reseca que la cubría demostró que se trataba de sangre humana. ¿Fue este hombre el jefe de los verdugos? No lo sabemos. Pero podemos decir que es posible.
 
En un ambiente más pequeño (la llamada plaza 3C) se encontró un escenario aun más impactante: cuerpos de contextura similar a los jóvenes mencionados, pero que fueron degollados. Las vértebras del cuello tienen varios cortes a la altura de las arterias carótidas, lo que debió generar un profuso flujo de sangre y muertes rápidas. Luego, varios de los cuerpos fueron descarnados. ¿Para qué? No lo sabemos. Pero, por el momento, se ha descartado que se trate de algún tipo de práctica de canibalismo ritual, pues no se han encontrado evidencias de ello (como fragmentos de huesos o tejidos humanos en las cocinas).  Más bien parece que en algunos de los cadáveres se dejaron intactos los tendones luego de despojarlos del resto de la carne. Pero, ¿qué clase de carnicería era esa? ¿por qué harían algo así? Los antropólogos físicos que han trabajado aquí especulan con la idea de que los sacrificadores pretendían mantener los huesos unidos entre sí y articulados, para que esos cadáveres sirvan como algo parecido a "muñecos humanos". ¿Para qué? Probablemente algún tipo de ritual desconocido que, sin duda, no sería muy agradable de ver. Las imágenes de seres cadavéricos que se han visto en algunas vasijas moche quizá estén relacionados con estas prácticas, pero, hasta el momento, solo hay especulaciones y ninguna comprobación de su uso.
 
Pero el rasgo más fascinante de estos sacrificios es que, mezclados con los cuerpos, se encontraron muchos fragmentos de estatuillas de barro crudo. ¿Y a que no adivinan qué tipo de personajes representaban?






Exacto: prisioneros amarrados. Parece que, durante la matanza, estos jóvenes estaban acompañados por representaciones en miniatura de ellos mismos.

La arqueología no es una ciencia exacta, pero pocas veces una hipótesis sobre el pasado peruano se ha confirmado de manera tan clara: los prisioneros de la cerámica y de los murales eran personas reales y se traían hasta aquí para ser ejecutados.

Un dato que resulta relevante es que hay cierta afinidad genética entre estos cadáveres y los de los huesos encontrados en tumbas convencionales en el valle de Moche. Es decir, no eran forasteros, ni enemigos extranjeros. Eran del barrio y formaban parte de la misma sociedad que sus sacrificadores. Y, si nos atenemos a las representaciones artísticas, podían ser incluso de la élite.

Reconstruyendo las ceremonias

Ateniéndose a la "narración" que sugiere el arte moche, los investigadores han tratado de "reconstruir" la secuencia de los hechos. Es, más o menos, así:

Primero se realizaba un combate cuerpo a cuerpo entre dos guerreros. La derrota ocurría cuando uno de ellos perdía el casco.  El otro, entonces, lo desnudaba, lo ataba por el cuello y lo encaminaba hasta el templo principal del valle en donde se unía a otros cautivos. Luego, en una ceremonia pública en la plaza principal del templo, los prisioneros desnudos subían por la rampa principal en donde los esperaban dignatarios elegantemente vestidos. Tras permanecer en algunos espacios cerrados, fuera de la vista del público, eran ejecutados. En un espacio unos morían a garrotazos. En otro ambiente otros eran degollados. Su sangre se vertía en una copa que luego era entregada al dignatario que presidía la ceremonia (uno que casi siempre aparece vestido como los señores de Sipán). A este ceremonial se le conoce hoy como el rito de la Presentación o del Sacrificio.

 
La gran pregunta es ¿por qué hacían todo esto? Hay muchas hipótesis (ofrenda a las deidades, combates gladiatorios,  castigos ritualizados), pero la verdad es que aún no lo sabemos. Descifrar las costumbres de pueblos antiguos que no nos dejaron documentos escritos es el mayor reto (y quizá el mayor atractivo) de la arqueología andina.

Los moche resucitan

La "reconstrucción" moderna de estos ritos, junto con el hallazgo de las fastuosas tumbas de Cao o de Sipán, ha servido de inspiración, en nuestros días, a diferentes artistas para crear coreografías, obras teatrales, esculturas, ballets y hasta una ópera. Es algo parecido a lo que ocurrió en el Cusco a inicios del siglo XX con la cultura inca y el Inti Raymi.




La danza mochica de la soga es una de esas creaciones modernas. Se inspira en dibujos que los moche trazaron en sus vasijas, en las que se ve, efectivamente, a varios individuos varones vestidos elegantemente, que sostiene o juegan con una especie de soga. La eventual presencia de músicos en estas escenas ha hecho que la idea de que se trata de una danza sea muy aceptada. Hay otro antecedente: se sabe que entre los incas (un pueblo de una época muy posterior y con el que los moche nunca se cruzaron) tuvieron bailes en los que una multitud de jóvenes, recién iniciados, llevaban una larga cuerda. Se supone que esta cuerda evocaba a una serpiente mítica (el amaru). Pero por supuesto no hay nada que confirme si la danza inca y la mucho más antigua escena de danza moche tienen alguna relación o es una vaga coincidencia.



En todo caso, esta y otras nuevas expresiones culturales han sido asimiladas por la industria turística y hoy son bastante comunes en pasacalles y eventos sociales, no solo de Trujillo y Chiclayo, sino en localidades más pequeñas de los departamentos de Lambayeque y La Libertad, en donde el orgullo por la herencia moche se ha convertido en un vehículo de cohesión interregional.

El pasado en el presente

Pero... si los bailarines no tienen ropajes con colgantes metálicos, están semidesnudos y la soga va al cuello —como ocurrió con lo visto en la dichosa boda— lo más probable es que lo último en lo que piensen los espectadores sea en una danza de celebración (y mucho menos en un exótico ritual mochica). Es un tipo de escena que asociaríamos, más bien, con otros periodos oscuros de la historia del Perú... como el de la esclavitud africana.


Podríamos discutir si la coreografía que se vio en las calles y en las redes sociales —que evoca más a los prisioneros moche que a los danzantes de soga—, es de buen gusto o no, o si es la instrumentalización del sufrimiento, una exotización degradante, legítima reivindicación de la herencia cultural, respetable modo de ganarse el pan, puro arte, huachafería o lo que quieran. Pero, nos guste o no, no es algo raro: en todo el Perú se ha hecho común reconstruir ritos precolombinos.

Entonces -dirán algunos- ¿cuál es el problema con la boda esa? Pues... el problema de siempre: EL CONTEXTO.

En un país con una larga historia de explotación interétnica, que fue esclavista, que estimuló la trata de chinos, que toleró la servidumbre indígena hasta hace pocas décadas y en donde el racismo sigue siendo una herida abierta, es lógico que ver a hombres semidesnudos atados del cuello y en actitud sumisa, como simple decorado de una boda de la élite nacional, remueva emociones y resulte ofensivo. Dirán que esa no fue la intención de los organizadores. Y, sí, es probable. Pero ese es, precisamente, el problema: no ver más allá de la burbuja.




Pasa algo parecido con estas actrices que representan artesanas moche (otra escena inspirada en el arte esa cultura). Una cosa es verlas sobre el escenario, como reconstrucción histórica, como centro de atención. Otra, distinta, verlas en el suelo, a los pies de los novios.


Aquí hay, por lo menos, ausencia de criterio y de sensibilidad por parte de los organizadores, sobre todo porque la escena ocurrió en la vía pública, no en un recinto privado. Pero tampoco es cuestión de degradar el trabajo de años de los artistas contratados, ni de creer que nuestra interpretación de una imagen sin contexto que vimos por casualidad en las redes (se ha llegado a decir que era una representación de la esclavitud colonial) es la única válida. ¿Qué hacemos entonces? No lo sé. Pero quizá podríamos empezar reconociendo que a veces opinamos sin tener suficiente información. Pero, también, que todos podríamos hacer un esfuerzo por comprender que hay expresiones que nos pueden parecer lúdicas e inocentes, pero que subrayan fuertemente la desigualdad y las fracturas de nuestra sociedad.

Tenemos que escucharnos más. Y no solo a los que piensan como nosotros (porque si no, no aprenderemos ni entenderemos nada). Pero ¿cómo nos vamos a escuchar si todo el tiempo estamos gritando? Nuestras viejas heridas no cicatrizarán ignorándolas o ningunéandolas. Son heridas que necesitan medicina. Algo de empatía, por ejemplo. Y, también, claro, conciencia histórica.

Para terminar...

Aún no conocemos las reglas de los combates moche. No sabemos si el perdedor se conocía de antemano o era un combate justo. No sabemos si para ellos era un horror o un honor ser sacrificado. No sabemos si estos rituales fueron populares o fueron rechazados por el grueso de la sociedad (aunque el tamaño de las plazas sugiere que las contemplaban multitudes). No sabemos si tanta sangre apuró el fin del Templo Viejo en el año 600 y que por eso fue clausurado y reemplazado por el Templo Nuevo en el que, aparentemente y hasta el año 850, ya no se hicieron sacrificios. No sabemos. En el caso de los moche, nuestra ignorancia está justificada: hace siglos que desparecieron. En el caso de nuestros compatriotas, no: vivimos en la misma sociedad y podríamos interesarnos más en cómo se siente el de al lado con la historia y la herencia que todos compartimos.

Pablo Ignacio Chacón
www.antiguoperu.com



Fuentes y enlaces recomendados

  • Para una síntesis asequible de las investigaciones de los últimos 25 años en Huaca de la Luna hay que ver esta publicación: Uceda, Morales y Mujica: Huaca de la Luna. Templos y dioses moche. (Lima, 2016). DE ahí he sacado varias de las imágenes (cuyos créditos consigno en cada caso)
  • Sobre los ambientes arquitectónicos de las zonas de sacrificio en Huaca de Luna, tenemos este estudio de Tufinio, Moisés: Huaca de la Luna: Arquitectura y sacrificios. En "Arqueología mochica: nuevos enfoques", Lima, 2004.
  • Sobre las propiedades físicas de los huesos de los ejecutados, puede consutarse este trabajo: Verano, John V: Sacrificios humanos, desmembramientos y modificaciones culturales restos osteológicos: evidencias de las temporadas de investigación 1995-96 en Huaca de la Luna.  Publicado en "Investigaciones en la Huaca de la Luna 1996". UNT: Trujillo, 1998.
  • Un enfoque muy recomendable sobre el tema de las representaciones mochicas en las élites norteñas contemporáneas está en este reciente  artículo de Raúl Asensio ("La boda de la que todos hablan") del IEP.
  • Sobre la moderna danza de la soga, me remito a una versión de la importante Asociacion Cultural Llamapallec de Chiclayo (que tienen un famoso grupo de bailes regionales) en el que dejan en claro que esta debe ser ejecutada con  trajes con colgantes metálicos (a diferencia de los de la boda). Puede consultarse aquí. Su página web es: https://llampallec.com
  • Uno de los más activos grupos de danza de Trujillo es Minchanzaman de la Universidad Nacional de Trujillo. Copio un enlace a su página de Facebook.  https://www.facebook.com/UNTMinchanzaman/ que también tienen una versión (con vestuarios "metálicos") de la danza de la soga.


Comentarios

  1. Las culturas del Antiguo Perú son fascinantes, como la Moche que fue escogida por la hija de Alfredo Barnechea como temátíca de su boda. Muy bien, pero lo chocante de la escenificación fue que se hizo en una vía pública al paso de lod noviod. Debió ser en el salon

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  2. Gracias por el artículo es un gran aporte. Esperemos que con el tiempo la comunicación mejore en la sociedad y valoremos más nuestra cultura.

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  3. Los moches también son una de mis obsesión por eso escribí la novela de aventura "Ianchaak un viaje al reino de los moches"

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