Las misteriosas cajas de piedra del Titicaca

Hace 500 años, una caja de piedra fue sumergida en un arrecife del Lago Titicaca. Una llamita hecha de concha y una lámina de oro estaban guardadas dentro de la caja. ¿Quién hizo estas cosas y por qué las dejaron en el agua?

La caja, su tapa y su contenido. La escala está en centímetros. Foto: Teddy Seguin / Universidad Libre de Bruselas. La imagen fue tomada de la edición de agosto de 2020 de la revista Antiquity.


 

El lago de los rituales

El Lago Titicaca, en el centro de la Meseta del Collao, entre Perú y Bolivia, fue de gran importancia económica para las antiguas culturas andinas. Su efecto termoregulador permite que, en sus orillas, se sienta un poco menos el duro frío de las altiplanicies. Al amparo de sus orillas y de los muchos ríos que desembocan en el Lago, surgieron una serie de culturas ganaderas y agrícolas.

Pero el lago también era huaca, un espacio sagrado. Quizá fue la evidente influencia del agua sobre el clima lo que le dio un carácter protagonista en las creencias de estos pueblos. Viejas leyendas locales nos hablan de dioses y fundadores de imperios que emergieron de sus aguas o se perdieron en ellas. Incluso los incas, atraídos por su prestigio, le metieron mano a sus propios mitos de origen para asegurar que ellos mismos provenían del fondo del lago. Útil y sagrado, el Titicaca sigue siendo, hasta hoy, objeto de respeto y veneración.

En la época del contacto entre europeos y andinos, los cronistas registraron relatos sobre los rituales que se hacían en las islas del lago para propiciar buenas cosechas, la multiplicación del ganado (llamas y alpacas) y ahuyentar la sequía. La arqueología ha confirmado parcialmente estos relatos. En los últimos 60 años se ha encontrado muchos "pagos" o paquetes de ofrendas, no solamente enterradas en las islas del lago (como el tesoro de Pariti del que hablamos en este artículo) sino, también, sumergidas. 

Algunos de estos objetos fueron depositados bajo el agua de manera manera intencional. Pero hubo otros que originalmente estuvieron colocados en la orilla del lago, junto a rocas que eran consideradas huacas pero que, con el transcurrir de los siglos y los cambios en el clima local, hoy están sumergidas. La mayoría de esas piezas pertenencen al período tiwanaku (entre los años 500 y 1100).

 

 

La huella de los incas

Pero la llamita y la lámina de oro que mencionábamos al principio de este texto, no son tiwanaku sino incas. Deben haber sido colocados en la caja de piedra alrededor del año 1450 cuando las huestes cusqueñas anexaron la Meseta del Collao a su imperio. Los incas remodelaron los templos que ya existían en las islas y construyeron otros nuevos y mantuvieron la tradición de realizar ceremonias propiciatorias en las orillas y bajo el agua. 

Los objetos junto al borde de la cavidad de la "caja". Fotografía de Teddy Seguin,



La caja fue encontrada en un arrecife sumergido cerca de la pequeña isla K'akaya a unos 5.5 metros por debajo del nivel del lago. Todo indica que fue cuidadosamente depositada ahí (es decir, no fue simplemente arrojada) porque el hundimiento de la tierra debajo de ella es razonablemente parejo y no muy pronunciado. No es la primera caja de su tipo que se encuentra. En el arrecife de Khoa, cerca de la Isla del Sol (la más grande del lago y la más importante, por lo que se sabe, en los cultos precolombinos) el mismo equipo de investigadores encontró piezas similares en 2019. Puede que estén relacionadas con las de K'akaya porque, aunque distantes, ambos arrecifes están alineados en la geografía del lago.

Fotografías de la expedición publicadas en la revista Antiquity de Agosto de 2020
Uno de los buzos descendiendo al lugar de la ofrenda. Foto de Teddy Seguin.

 

Lo más curioso es que la llamita está hecha con  mullu, es decir, la concha roja de un molusco marino (spondylus princeps) que vive a…. ¡2000 km del lago! En efecto, este tipo de conchas solo puede vivir en las aguas marinas de Ecuador donde la temperatura del mar es mucho mayor que la de las costas peruanas. Pero, aunque hoy nos parece algo extraordinario, la presencia de mullu tan lejos de su territorio de origen era algo común en los Andes antiguos. El comercio de estas conchas a lo largo del lado oeste de Sudamérica ha sido constante, por lo menos menos, desde hace 2500 años. De hecho, prácticamente todas las culturas andinas usaron mullu en sus ofrendas, tumbas y templos.

 Las razones de su importancia están claramente ligadas a la religión. Los cronistas españoles se dieron cuenta de ello, al punto de que algunos escribieron que los dioses andinos "comían" mullu. Y los investigadores modernos creen, con diferentes matices, que el mullu de alguna manera relacionaba el mar, el fenómeno del Niño (que ocasiona catástrofes climáticas en Sudamérica) y las temporadas de lluvia en las serranías, vitales para la buena marcha de los cultivos en las alturas y en las regiones bajas de la costa del Pacífico (en donde no llueve y se depende de que los ríos vengan "cargados" desde la sierra para tener un buen año).

Pero hay un elemento más en la historia de la caja de piedra que podría sugerir que estamos ante algo mucho más perturbador que una simple ofrenda a los dioses para pedir lluvia. Pero antes debemos hablar de un personaje del período colonial...

Una conexión sangrienta

Alonso Ramos Gavilán fue un sacerdote agustino nacido en Huamanga (Perú). En la década de 1610 sus superiores le encomendaron predicar su religión en la zona del Titicaca. Allí, tomó nota de las tradiciones y leyendas de los lugareños sobre los tiempos de los incas. Gavilán quería usarlas de contexto para la historia que verdaderamente le interesaba contar: Cómo fue que se originó el culto cristiano a la Virgen de Copacabana (cuyo santuario está en la actual Bolivia).

Portada de la Crónica de Ramos Gavilán, publicada en 1621.
 

La crónica del cura ayacuchano no es imparcial. Está llena de citas a los evangelios y a los escritores grecorromanos, tiene tintes proselitistas y moralistas y le atribuye al demonio todas las costumbres de los pueblos andinos antiguos que, o bien le parecen aberrantes o bien no alcanza a comprender. Pero, si lo tomamos con la debida cautela, su relato puede ofrecer datos muy interesantes para los que quieren investigar el pasado de las culturas del Altiplano.

El capricho de Huayna Cápac

Y eso nos lleva a un suceso que Gavilán narra en el capítulo 23 de su crónica. En capítulos previos había aludido a las muchas fiestas y rituales que supuestamente celebraban los nativos en torno al lago. Habla de sacerdotes andinos que viajaban en balsas a las islas del Titicaca, cargados de llamas para ser sacrificadas en los altares de los templos. También menciona que se hacían sacrificios de niños y que ese era el "pago" que exigía "el demonio" (es decir, los dioses andinos) para dar consejo y bendiciones a quienes se las pedían. La arqueología ha encontrado muchas evidencias claras de que algunas culturas andinas, como las de los incas o los chimúes, realizaron sacrificios humanos de niños en circunstancias especiales. No está claro que haya sido algo contínuo y permanente, como sugiere Gavilán, pero es claro que ocurrió. Pues bien, ¿qué tiene que ver todo esto con la historia de la cajita de piedra? Pues bien, en el capítulo mencionado relata una historia del tiempo del Sapa Inca Huayna Cápac (que gobernó entre 1493 y 1525) que quería hacer unos sacrificios en una zona cercana al lago que era considerada huaca pero que se inundó hasta quedar sumergida. Miren lo que dice al respecto:

el primer invierno fué tan lluvioso que la laguna se repletó de modo que la isleta quedó anegada y cubierta . En estremo sintió el inca este fracaso , y aun lo tuvo por de mal agüero ; pero mas se encaprichó en su proyecto , y mandó con gran rigor se buscase el paraje de ella [bajo el agua], y se continuasen los sacrificios de sangre , venciendo cuanta dificultad y riesgo se ofreciese . Al efecto dobló su crueldad haciendo degollar los animales y los niños en Apingüela , recojiendo su sangre en cajas de piedra con sus compuertas ó tapas , las que conducian al lugar de la isla cubierta , y desde las balsas las dejaban caer con unas sogas donde antes sacrificaban á pié enjuto . Así se enrojeció aquella superficie , y con razon se llemó Vilacota , que tambien significa lago de sangre . (Ramos Gavilán, Capítulo XXIII)

Huayna Cápac, según un dibujo de Guamán Poma del siglo XVI
 

 

Si bien no hay evidencia de que las cajas encontradas hayan contenido sangre humana (porque, o bien nunca la hubo o bien se diluyó hace mucho tiempo por el agua) hay curiosas otras coincidencias con la historia de Ramos Gavilán. No solo lo de que la caja de piedra fue sumergida con ayuda de sogas sino que los investigadores creen que el arrecife en cuestión estuvo, alguna vez, sobre el nivel del agua y era, de hecho, un islote. Es muy interesante comprobar que el equipo investigador ha encontrado claras evidencias de que el nivel del agua del Titicaca subió al final del período Tiwanaku (300 años antes de la conquista inca). Entonces... Si asumimos que la historia del cronista tiene algo de verdad... ¿Acaso significa que el inca Huayna Cápac quiso hacer un ritual en un inundado santuario tiwanaku? 

Aunque tentadora, es una idea muy difícil de probar. Hay que aclarar, de cualquier manera, que no se ha descubierto nada parecido a "templos" sumergidos en el Titicaca. Recordemos que en el Antiguo Perú un accidente de terreno -o un modesto islote, como en este caso- podía ser tan huaca, tan sagrado, como un suntuoso templo. 

Más

  • La investigación sobre las ofrendas en los arrecifes de Khoa y K'akaya ha sido dirigida por los arqueólogos Christophe Delaere (Universidad Libre de Bruselas, Bélgica)  y José M. Capriles (Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, Bolivia). La de K'akaya publicada en la revista Antiquity del mes de agosto de este año. El artículo puede consultarse en el siguiente enlace: Clic aquí
  • Sobre la biografía de Alonso Ramos Gavilán hay escasos datos conocidos. Pero su libro ("Historia del Santuario de Nuestra Señora de Copacabana) prueba que existió y que conocía bien las riberas del Titicaca. El texto, auspiciado por la Orden de los Agustinos fue impreso en Lima en el año de 1622. Hay una copia digitalizada y de libre acceso en Google Books.
  • Sobre los proyectos de protección del patrimonio sublacustre de Bolivia, puede encontrarse información de la UNESCO aquí
  • La National Geographic ha mencionado este descubrimiento recientemente (Clic aquí)

 

Un artículo de Pablo Ignacio Chacón (@pablohistorias)


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