El anciano ya había oído todo lo que se contaba sobre los barbudos. ¿Cómo podría no estar enterado si dos años antes habían matado al mismísimo Atahualpa? ¿Cómo no saber que, gracias a ese atrevimiento, varias naciones andinas, hartas del dominio cusqueño, habían ido a ofrecerle su alianza a los extranjeros? El anciano también sabía que, junto con esos nuevos aliados —los huancas, los chachapoyas, los cañaris y los huaylas— los barbudos marcharon sobre la capital del imperio, conquistándola y coronando a un nuevo Inca (un tal Manco) que prometía serles fiel. Y entendía que, si esos extranjeros ahora andaban por la costa, era porque querían encontrar un sitio para establecerse de manera definitiva. Pero, aunque podemos suponer todo esto, no tenemos manera de enterarnos de los dilemas íntimos de Taulichusco, el anciano. Quizá pensó algo como "si eligen este valle, los ychsmas de Maranga o de Armatambo los recibirán con los brazos abiertos?". Los ychsma eran el pueblo que, desd...
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